Ser veterinaria implica un sacrificio enorme a muchos niveles. Llegar a serlo es duro, pero ejercer de ello a veces lo es aún más. Todos los veterinarios clínicos hemos tenido días en los que nos planteamos cambiar de sector profesional por muchas razones, pero luego miramos a nuestros pacientes a los ojos, que nos necesitan, y parece que todo ese esfuerzo merece la pena.
La mayoría de los veterinarios habremos crecido convencidos de que nos queríamos dedicar a cuidar a los animales, comprábamos juegos que simulaban la que sería nuestra profesión y hacíamos intervenciones no invasivas a todo bichito viviente que entraba a casa. Por eso, supongo que una gran parte de nosotros empieza la carrera porque nos encantan los animales. Estos seres de luz que nos hacen sentir tan únicos, tan especiales y nos necesitan, a nuestro parecer, tanto.
Una vez dentro, te das de bruces con la realidad. Hay muchas salidas, laboratorio, salud pública, clínica de pequeños, clínica de animales de abasto, etc. Aceptas que hay compañeros que deciden opositar incluso para matadero, cosa que quizás nunca te habías planteado, porque tú quieres salvar animales
Conforme pasan los años, puede que cambie un poco tu opinión. Te das cuenta de que opositar no está tan mal, seguro que cobrarás mucho más y tendrás una vida más tranquila que dedicándote a la clínica. Hablando con compañeros en el sector laboral ves que el trabajo en clínica es algo precario. A veces, pasa por tu cabeza, hasta que vas a las prácticas de matadero y literalmente, te da un ataque de ansiedad. Te demuestras una vez más que habías entrado a la carrera para salvar animales. Si has tenido tiempo en verano, habrás podido realizar prácticas en centros veterinarios y, si además has tenido suerte, quizás hayas encontrado dónde comenzar tu vida laboral.
Esos años en la universidad son francamente duros, pero piensas en el futuro, en tus sueños y esa ilusión es el motor que te ayuda a seguir adelante.Y así, un día, tras 5 años (o alguno que otro más), te encuentras con tu título bajo el brazo y con una ilusión que no te cabe en el pecho. Por fin voy a poder salvar a todos los animales, voy a ser la mejor veterinaria.
Comienzas a trabajar, en mi caso, en la clínica de mis sueños.Todos los días aprendes algo nuevo y conforme más aprendes más inseguridad tienes, vas percibiendo que no sabes ni una décima parte de lo que necesitas. Estudias todos los días, intentas mejorar y dar de ti el 100%. Tienes la suerte de estar rodeada de maravillosos profesionales, no solo veterinarios, vas admirando cada vez más al equipo de auxiliares de tu equipo.
No tardas en descubrir que, por mucho que te esfuerces, por mucho que estudies, no puedes salvarlos a todos. Comienza la frustración, tardas en aceptarlo pero lo asumes. Sigues siendo feliz, te enamoras de cada animal que entra por la puerta, que ves en hospitalización e incluso de muchos propietarios. Decides que cada día te levantarás con ilusión, con empatía y con ganas de hacer bien las cosas. Y así es, hasta que inevitablemente, llega una racha en la que dar el 100% no es suficiente, porque estos seres de luz son finitos y muchas veces, demasiadas en mi opinión, tienen que partir.
Piensas en los propietarios, piensas en el animal, vuelves a pensar en el propietario, piensas en por qué estás tú allí.
Repasas el historial una y otra vez, el tratamiento, la evolución, preguntas a tus compañeros y, aunque sepas que no has hecho nada mal y realmente, no se podía hacer nada mal… te echas la culpa.
Sientes que no eres suficiente, que no vales para esto, que no tendrías que haberte dedicado a lo que sigue siendo tu pasión, que cualquiera de tus otros compañeros podría haberlo hecho mejor… el «síndrome del impostor» cada día se hace más fuerte.
Cruzas la estancia de hospitalización para marcharte a casa después de un día durísimo y, no sabes por qué, quizás intentando buscar algo a lo que agarrarte, miras a los enanos. Y allí, un gato te llama, sientes que se te encoge el corazón. Le abres la puerta, lo acaricias, te ronronea… para eso estás aquí. Para luchar, para darlo todo, para disfrutar de ellos y darle la mejor vida. Mimarlos y enamorarte de ellos, coger cariño a los propietarios, poner todo tu corazón cada vez que te presentas en consulta, cada vez que comienzas un nuevo lazo con esos peques, esos seres de luz, los que dan sentido a lo que haces. Tomas aire, piensas que solo es una racha, que mañana será otro día.
Llegas a casa, están tus gatos esperando y sientes, una vez más, que eres realmente feliz.
Me encanta ser veterinaria.