El cardenal Richelieu fue uno de los hombres más poderosos en la Francia del siglo XVII. Durante su gobierno al frente del ministerio de Guerra, miles de personas murieron durante las persecuciones ordenadas por él, y otras tantas en las guerras en que embarcaba a los franceses. Se trata de un hombre que ha pasado a la Historia por su fuerte carácter y su terrible frialdad, sin embargo, tenía un punto débil: los gatos.

Así es, Richelieu sentía una enorme pasión por los felinos. Tanto es así, que en su casa convivía con catorce: Félimare, Lucifer, Gazette (que hacía pis sobre las visitas que no le caían bien), Ludovico el Cruel, Ludoviska, Mimi Paillon (quizás heredado de Mademoiselle de Gournay), Mounard Le Fougueux, Rubis-sur-l’ongle, Serpolet, Príamo y Tisbe (que dormían entrelazados), Racan y Perruque (que habían nacido en la peluca de un académico) y Soumise (la favorita del cardenal).

Estos catorce gatos tenían el privilegio de contar con una habitación propia en la corte francesa, poder subirse a las camas, comer todos los días carne de pollo y atención médica constante. A cambio, sus mascotas solo tenían el deber de mantener la biblioteca real libre de ratones y hacer compañía al cardenal. Percheron escribió: “Richelieu acariciaba con una mano a una familia de gatos que jugaban sobre sus rodillas, mientras con la otra firmaba una pena de muerte.”

Lo realmente curioso es que el gato no era un animal de compañía en la época, pues solía relacionarse con el oscurantismo y la brujería; de hecho es triste, pero en realidad era usual quemar gatos en hogueras como a los herejes, por ello lo habitual era tener perros o loros. Así, muchos expertos creen que la persona de Richelieu contribuyó enormemente en el cambio en la actitud hacia los felinos y en su consideración como mascotas.

Fuere como fuese, el amor de Richelieu por estos animales era más que patente, y se hizo especialmente visible a la muerte de este en 1642, cuando los dejó como herederos. Antes de morir, el cardenal encomendó a Abel y Teyssandier (que en vida de Richelieu se habían encargado de la manutención de los felinos) el cuidado de sus catorce gatos, y para ello les dejó una paga de por vida. Además, dejó a los gatos una casa en herencia en la que pudieran vivir todos juntos, y una cuantiosa asignación económica destinada a comida y todos los gastos que pudieran requerir. Y es que a veces los animales, y en este caso los gatos, despiertan incluso la ternura de personajes tan terribles y oscuros como el mismísimo cardenal Richelieu.

 Este post ha sido escrito por el equipo de Ad Absurdum en colaboración con La Era Gatera.

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